Ilustración: @nosoyalemana
No tan normal: cuando el aislamiento terminó
Con mis amigas, a las pocas semanas de conocer los primeros brotes de virus en el país, hastiadas del encierro y extrañando nuestros encuentros de miércoles, pensábamos que el encuentro sería una fiesta. Imaginábamos hordas de personas abrazadas para brindar, festejando con todas y todos, en la calle, siempre en la calle.
Pero la nueva normalidad no fue lo que esperábamos, al menos para mí. Fue tan gradual, tan sutil, con tanto gusto comercial que ahora deseo las calles vacías. Ese mismo escenario que meses atrás me había desconcertado y angustiado hoy lo veo como muy lejano… y hasta lo extraño.
Digámoslo así: la nueva normalidad es todo menos normal.
En nuestro país el nuevo panorama se vio forzado por un solo motivo: la reactivación económica. Esto es algo que nadie discutiría, porque los números de desempleo y pobreza se dispararon vertiginosamente.
Hoy, a más de un mes del “todo normal” y en donde la premisa, en principio, implicaba restablecer los servicios esenciales, resulta que nos detenemos a pensar algunas cosas.
Las grandes empresas que tienen espalda para bancar una situación de tal magnitud y que mandaron cientos de empleados al seguro, ¿por qué aún no los han reintegrado? No lo sé, Rick, esto huele a oportunismo.
¿Qué sectores son los privilegiados en esta crisis mundial?
¿Por qué se decide abrir centros comerciales, mientras que todavía no hay definiciones de las actividades culturales y artísticas?
¿Qué tipo de entretenimiento tiene el visto bueno? ¿Por qué los espacios que nos hacen reflexionar, generar empatía o emocionar aún siguen sin las autorizaciones gubernamentales?
La cultura se mueve
El día 11 de mayo, el emblemático teatro El Galpón, de la ciudad de Montevideo, presentó —junto a otros— un protocolo de seguridad sanitaria ante el MEC. Este protocolo se pensó para la reapertura de su sala principal, con el objetivo de ofrecer el espacio de forma gratuita a grupos de teatro independientes y artistas musicales. A la fecha, las autoridades no han dado respuesta.
La nueva normalidad parecería ser para pocos. Muchos no recuperamos nuestro consumo “normal”, en el mejor de los casos. Otras personas ni siquiera consumen lo básico. La frase más repetida fue: “De esta salimos entre todos”, pero resulta que “todos” somos los mismos de siempre. Si esta es la nueva normalidad, prefiero quedarme afuera.
¿Qué consumís?
Calma, no es todo gris en este mes de julio, ya que desde hace pocas semanas la nueva normalidad nos trajo la apertura de la avenida principal y la Rambla de la capital del país. (Shhhh, nadie ose pensar que esta iniciativa implicó intereses económicos.)
Lo positivo es que las calles, al menos una vez a la semana, son para las personas. El desafío será cómo apropiarnos de estos espacios sin vincularnos necesariamente con el consumo.
La vieja y la nueva normalidad tienen algo en común: consumir. Pero ahora se suma el hecho de que nos dicen amablemente (y legalmente) qué podemos consumir, cuándo y dónde.
Aun así, muchos ya no estamos dispuestos a pagar precios exorbitantes por una pizza gourmet o unas papas fritas con cheddar. Descubrimos los tiempos de la cocina y los costos de lo que ingerimos. También reconocimos que el arreglo estético y nuestro vestuario estaban vinculados y forzados a ajustarse según otras personas fuera de nuestro círculo de confianza. Que repetir la ropa no era pecado. Que nuestra salud mental vale pila.
Esta, quizá, sea la gran victoria de la pandemia: lograr que cuestionáramos nuestros hábitos de consumo y plantearnos ser más responsables para no salir corriendo a hacer fila en los shoppings apenas volvamos a la normalidad normal. Aunque haya gente que siga viviendo en una burbuja y salga orgullosa con tres bolsas de papel en cada brazo… con cosas que probablemente estrene en su red social favorita.