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Collage con fotografía central de Nadia.

Hoy te presentamos: Nadia Vieitez

22 Ago 2019 | Hoy te presentamos

Nadia Vieitez es trabajadora social y escritora. Nacida en Argentina, se mudó a Uruguay a los siete años y ha vivido en varios departamentos. Su libro, 39 microrrelatos y un año después, cuenta desde una perspectiva íntima situaciones que nos son comunes; está impreso en papel ecológico y tiene partes hechas con bolsas comerciales. Charlamos con Nadia sobre su proceso creativo y cómo llegó a crear estas piezas únicas, que vende de forma directa.

¿Cómo se dio tu vínculo con la escritura?

Siempre sentí en la escritura una forma de expresar que no encontraba hablando. Lo hice desde muy chica, a partir de los diarios íntimos que me regalaba mamá. Escribía, escribía, escribía. En la adolescencia escribí mucho más, pero desde el dolor y la angustia. A los años, lo leí y sentí que expresaba solo lo malo. Dejé de escribir, no tuve más la necesidad. Retomé diez años después cuando empecé a viajar, a conocer. Ahí encontré una conexión con la escritura desde lo bueno.

¿Cómo fue el proceso de estos 39 microrrelatos?

La mayoría de los relatos nacieron sin saber que eran para un libro. Yo vivo a corto plazo; si pensaba proyectarme a un año y medio, no lo hacía. Son relatos de cómo miro Montevideo a los 28 años, viviéndola por primera vez. Vivir la ciudad desde la mirada de una persona que viene del interior, que todo le maravilla, que observa cuando viaja en ómnibus. Esas cosas contadas con un poco de humor, desde lo reflexivo, desde la introspección.

¿Por qué en tercera persona?

Interés de despegarme de quien lo escribía, pero creo que no siempre lo logro. El que me conoce me dice “se re nota que sos vos, Nadia”. Queriéndome despegar, inclusive, del género. Es un libro que me costó reconocer que tiene mucho de mujer. No solamente porque yo soy mujer o las que colaboran lo son; tiene mucho en la forma de ver, de sentir y de vivir las cosas. Hay algo del sentirse mujer, sin importar tu género, de la sensibilidad, que está. Eso para mí fue muy difícil. Yo quería que el libro fuera para todo el mundo, pero hoy noto que no es, y está bien.

¿Cómo reconociste eso?

Hace muy poco. Por las devoluciones, los detalles que notaban las mujeres eran de esas cosas que yo decía: “¡pah!, entendieron todo”.

¿Lo ves como un valor eso?

Totalmente.

Si no planeabas que estos textos estuvieran en un libro, ¿cómo llegaron ahí?

A una la manijean los amigos y la familia, los fans número uno. Gracias a eso es que una se anima a hacer cosas que de otra manera no haría. Es darle valor a cosas que otros ven que quizás una no. Un día, sentada, organizando documentos, servilletas, papeles (porque yo escribo en papel todo el tiempo), pensé: “capaz que acá habría material para un libro”.

Es que el papel tiene otra magia

¡Sí! En la computadora se pierde, por ejemplo, el tachar. Queda algo frío. En el libro yo jugué mucho con los tachones. Al principio me reprimí y lo borré, pero después me di cuenta de que cuando tachaba en papel podía ver la palabra que había puesto antes, y me pareció interesante jugar con lo que quería decir y con lo que dije. Es muy simbólico.

Después de que decidiste hacer el libro, ¿qué siguió?

Averigüé editoriales independientes, imprentas. Quería que fuera con materiales reciclados y ecológicos. Las editoriales me pedían el manuscrito con tiempo, pero yo lo decidí en junio y quería publicarlo en diciembre. Con toda la razón del mundo me pedían más tiempo, pero yo no podía darme ese lujo, mi calendario era mucho más corto. Así que me fui a una imprenta, pero no aceptaban los materiales que yo quería, el papel ecológico, o me ofrecían otro tres o cuatro veces más caro, entonces lo descarté. Quería que el proyecto fuera fiel a mis ideas.

El libro tiene varios elementos singulares, como ilustraciones y partes hechas con bolsas. ¿Cómo llegó a ser el libro que es?

Después de lo de las editoriales y las imprentas, hice una lista de ilustradoras y de artesanas, en orden según quienes más me gustaban. Aymará Mont, que era mi primera opción de ilustración, me dijo que sí. Las chicas de Semilla encuadernaciones también, ellas son artesanas y encuadernadoras, imprimen los libros en su casa. Es un libro con trabajo 100 % femenino y rioplatense.

El encuadernado artesanal me permitió innovar con las bolsas. Hice un taller de encuadernación que me enseñó qué podía hacer con ellas. Me di cuenta de que eso es lo que le da el toque único a cada libro: el diseño, el gramado y el material. Ningún libro se repite. Me generó muchísimo esfuerzo físico en cuanto a los tiempos. Estar hasta las dos, tres de la mañana escribiendo, cortando o planchando papel, con un cansancio de esos que vos disfrutás. Ahí ves todo lo que sos capaz de sacrificar cuando algo te apasiona.

¿Dónde conseguiste las bolsas?

Yo tenía, después hice un pedido por redes. Desde octubre de 2018 hasta hoy, junté más de dos mil bolsas. Me di cuenta de que, igual que yo, mucha gente las guardaba.

¿La encuadernación la hiciste vos?

En la primera edición, hicieron todo las chicas de Semilla. En esta segunda edición, yo me involucré más. Antes solo les desarmaba las bolsas, ahora ya les llevo todo recortado. Ellas imprimen, cosen y pegan. El diseño no lo hago yo, ellas eligen cómo combinar las bolsas. A cada persona le llama un libro diferente.

¿Cuántos ejemplares hubo por edición?

200 en la primera y 400 en la segunda. Todos hechos a mano. Me los entregan por tanda porque es imposible hacerlos todos juntos.

¿Dónde se venden?

Venta directa, los tengo yo. Me los pueden pedir a través de mi Instagram. Hay un par de ejemplares en Oda, una casa con productos de emprendedores artesanos.

¿Te deja ganancia?

Muy poca. La primera edición no me dejó nada. Es algo que me han criticado. Me han hecho notar que el libro llevó mucho trabajo, no solo por los materiales, sino por las horas de dedicación. Y está el contenido. Es darle valor a todo eso. A veces, al trabajo artesanal se le baja el precio porque parece caro, pero está bueno motivar a la gente a tomar conciencia de las horas de trabajo detrás, de que está comprando algo único.

¿Qué aprendiste en este proceso?

Que puedo bajar a tierra ideas, que puedo ser muy organizada cuando algo me motiva. No fue fácil, no fue barato, tuve la suerte de tener un ahorro y decidí invertirlo. Ser la gestora de tu propio emprendimiento es un reme todo el tiempo, pero da mucha satisfacción. Este fue un trabajo bastante solitario; a futuro quiero nuclearme con otros emprendedores, también con perfil amigable con el medioambiente.

Redacción: Cachi

Collage: Sol

Este artículo fue escrito e ilustrado por integrantes de nuestro equipo de colaboradoras fijas. ¡Sumate vos también! Acá podés encontrar un formulario para ponerte en contacto con nosotras.

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