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Ilustración de una mujer de vestido amarillo.

La gordofobia y yo

“La gorda no encara en clase de gimnasia”. “Mirá cómo come el almuerzo la gorda”. “Está desesperada por un novio, porque es gorda y nadie la toca”. Estas son algunas de las tantas cosas que tuve que escuchar siempre.

Esa palabra que tantos evitan decir me tocaba muy en el fondo. “Gorda”, repetía mi cabeza, “gorda es lo que soy, es lo que me define, soy una gorda horrible”.
Me encantaría decir que no puedo creer que esos comentarios que recibí desde la escuela me hubieran afectado: por más que yo siempre supe que, en realidad, me define mi creatividad, mi capacidad de solucionar problemas, mi empatía y mi talento para el arte y los idiomas, cuando me llamaban gorda todas estas cualidades se borraban.

Nunca llegué a ser como las chicas que yo antes describía como delgadas (todas tenían cuerpos distintos, como yo, pero yo no me sentía parte porque no entraba en un talle M del uniforme). Las cosas más normales de mi vida se definían por esta característica física que tenía: almorzar, animarme a invitar a salir a alguien, ser mala en gimnasia… todo lo que yo hacía estaba mal por ser gorda. Si quería hacer ejercicio para adelgazar, también era algo risible, parecía irónico a los ojos de mis compañeros, que no entendían el daño que me estaban haciendo. Me hacían bullying porque, para ellos, ser “gorda” estaba mal.

Muchos años después, descubrí la palabra gordofobia y me di cuenta de que es algo que que está presente en muchísimos lugares en los que ni se me hubiera ocurrido buscar.

¿Qué es la gordofobia?

La gordofobia es el odio a las personas gordas. Algunos diccionarios urbanos de internet especifican que es hacia las personas obesas, pero quienes no llegan a lo que la Organización Mundial de la Salud define como obesidad también pueden ser víctimas, en menor manera, de la gordofobia.

La veo en todos lados. En las publicidades que dicen que “te cuides”, cuando “cuidarte” solo implica que bajes de peso y no que realmente te ocupes de tu salud —por ejemplo, alejándote de productos cancerígenos o prestando atención a tu salud mental—, en el hecho de que asociamos a las personas pasadas de peso con la vagancia y en que las mujeres vivimos controladas por dietas, incluso sin saber si realmente las necesitamos.

Esta violencia que otros reproducían en mí también me la aplicaba a mí misma con dietas extremas, con odio hacia mi reflejo y creyendo esas bobadas que dicen que tengo que parecerme a una modelo o cantante determinada para verme bonita.

Un día no pude soportarlo más y dije: “¡Basta! Es hora de amarme a mí misma. Tengo reclaro que todos los cuerpos son diferentes y que el mío también es hermoso. ¿Por qué me cuesta tanto decirle eso al espejo?”. En mi mente, yo seguía siendo “la gorda”, con la connotación negativa que le daban los demás.

Con el tiempo, entendí que mientras asociemos la palabra gorda con lo malo, lo feo y lo ridículo, siempre vamos a tener problemas al enfrentarnos a nuestro reflejo.

Personalmente, me considero más gordita que el modelo de mujer que nos impone la tele, pero… ¿cuál hay? ¿Dejo de ser una redactora publicitaria con ideas copadas por eso? ¿Dejo de ser una buena amiga por eso? ¿Dejo de amar los libros y el conocimiento? ¿De repente subí un kilo y soy menos valiente?

No tengo ni idea de si hoy otros me considerarán gorda o no, pero cada día trato de que eso me importe menos. Trato de cuidarme de formas que la publicidad no me cuenta: encarando en lo que me hace feliz. Y sabiendo que si, en el futuro, la palabra gorda sigue siento un adjetivo que use al referirme a este cuerpito, va a tener un significado totalmente distinto.

Eso sí: sigo siendo malísima en handball, sorry.

Ary Globofóbica, amante de la imaginación, comediante y comunicadora. Busco destruir el patriarcado llenándolo de brillantina, vieron que es insacable. Le digo no a la gilada, y sí a la pizza y las pelis.

Ilustración: vale_inthesky

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