Dale, es un chiste, ¿no tenés sentido del humor vos?
[Opinión]
Me mudé de la ciudad donde vivía cuando era chica y entré como “la nueva” en un colegio para cursar primero de escuela. No era tímida, pero sí insegura (eso mucho no cambió). Descubrí que aun así tenía menos vergüenza que el resto de las nenas y, quizá como método de defensa, comencé a hacer chistes en la clase.
Entiéndanme: era chica y no conocía a nadie, estaba en otra ciudad, lejos de todo lo que antes había sido mío. No tardé mucho en generar un grupo de amigas y, por supuesto, en ser el payaso de la clase. Atención a esto, que dije bien: payaso, no payasa.
Mi mamá me decía todos los días que yo no era un monito, que no intentara todo el tiempo hacer reír, que era una señorita que debía hacerse valer por otras cosas. “Es un consejo de madre”, dirán; una madre que intenta proteger a su hija de que la cataloguen con una etiqueta de la que no pueda salir. Pero a mí no me cerraba, a mí aún no me cierra.
Al año siguiente volví a mudarme, esta vez a Montevideo, y entré a un colegio nuevo con la intención de hacer lo que sabía: reír. Las cosas no fueron tan fáciles esta vez, no tardé en notar que en mi clase tenía un compañerito que hacía lo mismo que yo, actuaba similar y repetía las mismas bobadas que decíamos los nenes chicos, pero la diferencia era que él, por alguna razón, era más aceptado que yo. “Le festejan los chistes a él y a mí no”, recuerdo que pensaba, en una mezcla de incomprensión y celos: otra vez la inseguridad haciéndome creer que no era suficiente. Poco sabía yo que ese no era el verdadero problema.
Formé de nuevo un grupo de amigas y, a pesar de lo mucho que me gustaba sacarle
sonrisas a la gente, me dejé convencer por mi mamá, por las maestras e incluso por una psicóloga de que esas payasadas eran comportamiento de varón, que son ellos los “bobos” que se comportan así, no las nenas. Como les dije, es payaso, no payasa. Entendí… y me callé. Claro, hacer reír es una cualidad que tienen solo los varones.
Este pensamiento renació unos años más tarde, cuando en un campamento un coordinador se robó la atención y las risas de todos. “Quiero ser como él”, pensaba, pero claro, yo no podía serlo porque correr, saltar, no tenerle miedo a ensuciarse y hacer alguna que otra pavada fuera del manual era algo que hacían los coordinadores, mientras que mis coordinadoras destacaban por otras cualidades. Ya pasada la adolescencia, comencé a plantearme muchísimo más esta diferenciación que en general pasaba desapercibida.
Noté al charlar con mis amigas que un hombre gracioso tenía una cualidad importantísima para llamarles la atención, mientras que mis amigos varones no consideraban el ser graciosa como una cualidad que les gustara, incluso era algo que no sabían reconocer en las mujeres. “Vos sos un pibe más”, me decían ellos cuando nos reíamos todos juntos. De nuevo, él hace reír, ella no.
Ahora, con un poco más de años, me lo planteo nuevamente y se los planteo a ustedes, que están leyendo: ¿cuántas mujeres verdaderamente graciosas conocen? ¿A cuántas se les atribuye esto como una cualidad? O, mejor dicho, ¿cuántas resaltan por ser graciosas? Y hombres graciosos ¿a cuántos conocen? Las cuentas no cierran, ¿verdad?
Es que hay cosas tan metidas en nuestra cultura que muchas veces no las notamos, pero incluso en algo tan simple como hacer reír a otro existe una desventaja.
Porque yo no podía ser un “monito”, pero mis compañeros varones sí. Porque en todos los colegios existe el fútbol (y otros deportes), pero no en todos existe un espacio para que las nenas practiquen deportes. Porque nos enseñan desde niños, sin siquiera notarlo, que hay cosas que son de ellos y cosas que son de nosotras.
Porque podemos mirar a la distancia, como hice yo, y darnos cuenta de que el cambio es necesario, que el machismo existe y es mucho más profundo de lo que pensamos. Y, lo que es peor aún, lo tenemos naturalizado, desde la primera vez que nos censuraron una forma de actuar y nos quedamos calladas, sin conocer otra verdad que la que nos presentaban.
Aun en las comedias más graciosas, la estrella suele ser hombre y la mujer, un ser con mala actitud, envidioso o rígido. Por ejemplo, las únicas mujeres que recuerdo en toda la saga de Hangover son: una prostituta con buen corazón, esposas gritando a los “héroes” que vengan rápido y una última que si bien rompe con los esquemas, tiene su mayor protagonismo en los minutos finales, para citar uno de los muchos claros ejemplos.
Existen muchas mujeres muy graciosas, así como muchos hombres, porque el humor no tiene género. Así como no lo tienen los deportes, los colores ni los hobbies. Lo bueno de las cosas que tenemos grabadas a fuego es que una vez que las logramos localizar, de a poquito, desaparecen.